LA SOMBRA

El alumnado de Taller de Creatividad y Debate de 1º ESO C cuenta por primera vez al mundo la verdadera historia de La Sombra, extraño ser que puebla los pasillos del Romero Esteo. Ha sido su primer curso en el Instituto y, sin embargo, han sido capaces de narrar los extraordinarios e indescifrables acontecimientos que cada año llenan de temor a los estudiantes recién llegados. Ellos y ellas sí han podido.

Un grupo de extraordinarios narradores y narradoras a punto de revelar los secretos que esconde el Instituto

INTRO: En el principio fue un dictado

¿Has visto a ese alumno que se cree un cirujano? Viene a clase con su máscara y echa piropos a las niñas. Pero hay otro alumno ahí que es el experto mundial porque no siente vergüenza y tiene muchos seguidores en tik tok.

Una mañana los dos alumnos piropeadores hicieron un reto viral en el instituto. Era su primera semana de clases en el Romero Esteo, por fin podían superar sus miedos, empezar a sentirse seguros y qué mejor forma que planeando una batalla de gallos en pleno patio a la hora del recreo. Iban a verlos los alumnos mayores, los de bachillerato, los profesores que hacían guardia y sobre todo, la misma chica que les gustaba a ambos. Habían visto muchas batallas de gallos en internet, en canales de youtube, en instagram, pero una cosa era la ficción de las grandes estrellas nacionales del rap callejero y otra cosa ellos dos: dos alumnos recién llegados, que acababan de salir de primaria y que casi no tenían seguidores. Dos semanas antes no habrían imaginado que iban a estar en esa situación. Pero la vida daba muchas vueltas y ahí estaban ellos dos comiéndose las uñas antes de que sonara la melodía que marcaba la hora del recreo.

Uno de los retadores se llamaba Abraham, solía sentarse en las filas de detrás de clase y era más bien introvertido. Sin embargo tenía una gran capacidad de observación desde su privilegiado sitio. No intervenía demasiadas veces, pero cuando lo hacía todo lo que decía cobraba sentido. Abraham era educado, a veces irónico y cuando el profesor de lengua le pedía que se quitara la mascarilla un par de segundos al pasar lista siempre dedicaba una sonrisa a sus compañeros.

Su rival en la Batalla iba a ser Julio. Se conocían del colegio, no eran los mejores amigos del mundo, pero tampoco se odiaban. Simplemente iban a competir. Julio era extrovertido, interrumpía las clases con sus ocurrencias y a veces el profesor a la tercera, a la cuarta o a la décima lo tenía que parar, sin embargo tenía un fondo bueno y era extraordinariamente creativo. También, como Abraham, había estado aprendiendo de los maestros del hip hop. No sé por qué me meteré en estos follones, se decía para sus adentros. Tal vez la aceptación, la rivalidad, el ego personal no merecieran someterse a cientos y cientos de miradas. Pero el reto se había producido y ya no había vuelta atrás. La noche anterior apenas había podido conciliar el sueño. Era como pasar de la infancia a la preadolescencia en una sola mañana y nadie le había preparado para ello.

Al fin había llegado el momento: sonó la melodía del recreo. Ambos, Abraham y Julio, sintieron un escalofrío recorrerles el cuerpo. Dejaron las mochilas en clase, apenas se cruzaron las miradas. Cuando iban bajando las escaleras notaban que todos se abrían a su paso, se sentían observados, vulnerables, como si fueran víctimas de una conspiración. Cientos y cientos de ojos puestos en ellos dos. Era obvio que se había corrido la voz. No importaban los bocadillos, los refrescos que traían preparados de casa. Lo que verdaderamente importaba era El Reto.  Se situaron en el centro del patio, entre las canastas de baloncesto. A su alrededor un círculo. Los profesores que hacían guardia no podían ver nada. Unos alumnos mayores se encargarían de distraer su atención simulando una pelea al otro extremo del patio. 

CAPÍTULO 1: La Batalla iba a comenzar.

Por Germán Raya Benítez

De pronto, se escuchó un grito agudo y profundo que venía del despacho del director. 

-¡Aaaaaahhhh!- dijo el profe de tecnología, era su voz. La habían reconocido.

Pararon la batalla y la clase de 1º C fue a ver qué pasaba. Entonces empezó a correrse la voz: habían secuestrado al profe de tecnología, pero ¿quién lo odiaba?, ¿a quién podía ocurrírsele aquello? ¿Y las cámaras de seguridad? Sólo habían dejado un rastro un tanto peculiar. Un rastro compuesto de un zapato y una nota que decía: «Si al profe queréis encontrar la vuelta a la nota le tendréis que dar». No tenía demasiada gracia, no.

Juanma dijo: 

-Esto es muy fácil.

Pero Erik interrumpió y le contestó con gesto serio: 

– Eso es verdad, es demasiado fácil, por eso seguro que tiene trampa. Yo no tocaría esa nota, ¿habéis oído hablar del ántrax? ¿Esa sustancia que con solo rozarte te puede envenenar? Era la primera vez que se oía hablar a Erik. No era de muchas palabras, pero sin duda lo que expresó era una advertencia que a todos paralizó.

De pronto, una sombra pasó por el lado en que se situaba Aroha. Estaba sentada, le dolía un pie y la verdad es que en el fondo pasaba un poco de las Batallas de Gallos, de las peleas, de los piques de recreo y de las absurdas disputas. Aroha era de las más maduras de clase. Máscara rosada, sonreía con los ojos y observaba. Siempre observaba. Mientras los chicos, siempre más infantiles jugaban, ella observaba y sacaba conclusiones de cada pequeño suceso, de cada detalle que sucedía a su alrededor .Aroha exclamó:

– ¡Una sombra ha pasado por mi lado!

 Y entonces se oyó una voz: 

-Así es, soy la Sombra que habita en los pasillos del Romero Esteo. 

Mientras, Julio y Abraham seguían a lo suyo. Se había oído un grito, había aparecido una sombra, se oía una voz que no se sabía de dónde venía… Podía venir el fin del mundo en forma de cataclismo o de nave espacial y ellos en cambio… Ellos a lo suyo. Dijeron a la vez:

– ¡Dejemos esto y vamos a la batalla! 

Todos volvieron al círculo de la Batalla, pero en el fondo su mente estaba ya en otro lugar. Estaban, y nadie lo reconocía abiertamente, bastante asustados. La típica edad en que si te pasa algo malo o sientes miedo te lo callas.

Tras cinco minutos de rimas, postureos, dedos señalando  y manos abiertas en la cara del otro, Abraham quiso dar la puntilla con:

-¡Mira qué goloso, pareces un oso!

Pero Julio se vino arriba, se enfadó y se puso serio: 

-¡Hablas de goloso y oso, pero solo eres un mocoso! 

Sonaron abucheos, aullidos y aplausos. Alguien dijo:

-¡Gritos para Abraham!

Y todos:

¡Aaaahhhhhh!

– ¡Gritos para Julio!

Y la mayoría:

¡Aaaaahhhhhhhhh! ¡Ohhhhhhhh!.

Y declararon ganador a Julio por aclamación. Así es la vida: unas veces se gana y otras se pierde. Como dos buenos compañeros se abrazaron, se dieron la enhorabuena y alabaron las potentes rimas del adversario.

Y sin embargo, la amenaza continuaba. Sonó:

– ¡Buuuuuummmm! 

Silvana dijo:

-¡Qué susto! ¡Me quiero ir de aquí! ¡El insti va a explotar!

Esa explosión no tenía nada que ver con la broma de los gamberros que hicieron estallar una papelera el día anterior. Aquello fue un juego de niños comparado con ese tremendo estallido. Helena trató de poner algo de serenidad:

¡Hay que salir! ¡Pero no corráis, no sabemos si hay más explosivos!

De nuevo, se oyó la voz de la sombra que advirtió:

– Si corréis haré estallar más explosivos, son mi especialidad y, recordad, tengo al profesor de Tecnología en mi poder y mecanismos de relojería instalados por todo el instituto. Yo hace muchos años era uno de vosotros, me divertía, no me preocupaba por nada y era feliz, pero ahora las cosas han cambiado: tengo poder y estoy lleno de ira. Si no hacéis lo que os digo, seguirán los secuestros y las detonaciones.

Pero, a todo esto, ¿y el resto de profesores?, ¿y las limpiadoras?, ¿y las conserjes?, ¿y la tutora de clase con su eterna sonrisa? ¿Y el director? ¿Dónde estaba el director?

¡Kaboom kaboom!

CAPITULO 2:   Gema y el incidente del oso de peluche

Por Abraham Roca Jiménez

El director tras escuchar la explosión decidió salir corriendo, pero,  ¿a dónde?, ¿con qué objetivo? Como casi siempre, llegaba cuando todo ya se había producido y el responsable había escapado. Era como si lo adultos fueran incapaces de encontrar soluciones. Fuese lo que fuese la sombra parecía evidente que no iba a ser descubierto por Juan, el director del instituto.

Algunos alumnos tuvieron que decirle incluso que no se acercara a la valla, que estaba electrificada. Pero, ¿desde cuándo son los estudiantes los que dan consejos a su director? Juan no se enteraba de nada. Tampoco les hizo caso, así que no se le ocurrió otra que asomarse y recibió una descarga eléctrica atroz. Al borde de la electrocución y de quedar hecho fiambre para los restos, Juan fue arrastrándose hasta su despacho. Un herido más.

De hecho, lo de ir hacia la valla e intentar atravesarla fue una trampa más de la Sombra. Ordenó por megafonía que fueran a la salida principal y pese a las advertencias de Iratxe de que no se acercaran (siempre Iratxe, con sus sexto sentido), el primer sacrificado fue el director.

Lo sorprendente es que quien se dispuso a ayudar al director fue… el profesor de tecnología que, paradójicamente, no se acordaba de nada, ni de que había sido secuestrado, ni de que había explotado un artefacto y mucho menos que todo había sido causado por la Sombra.

Las carcajadas de la Sombra sonaban a través de la megafonía. Ella se hacía responsable del ataque al director, de la electrocución de las vallas y de la suerte que iban a correr todos los chicos. Resultaba evidente que la sombra disfrutaba con el dolor y el miedo. Era como si el sufrimiento de decenas de adolescentes la hicieran sentir más fuerte, que todo ello fuera el alimento para su energía.

¿Qué hicieron los alumnos de 1º C? Lo que haría cualquier persona de 13 años que está asustada, perdida y amenazada: volver a clase para coger las mochilas y llamar a sus padres. Pero habían desaparecido.

– ¡Nuestras maletas!, gritó Luis Miguel.

-¡Os las he hecho desaparecer, jajajajajaja!, exclamó la Sombra.

– ¿Qué vamos a hacer?, preguntó Micaela, llorando.

– ¡No tenéis escapatoria!, amenazó la Sombra. ¡Tendréis que pasar la noche conmigo!

María José insistió en saltar la valla, ver si los alumnos del Ben Gabirol estaban en la misma situación, pero Helena le advirtió de que estaba electrificada, así que desistió. Entre ser una heroína muerta o seguir viva, María José prefería lo segundo.

Hablando de héroes y heroínas, Julio y Abraham se dieron cuenta de que faltaba la chica que les gustaba a los dos, Andrea, una chica de otro curso con la que a veces se cruzaban por los pasillos y por la que habían estado a punto de perder la amistad.

¿La ves, Abraham?, preguntó Julio.

Y la Sombra interrumpió:

– No la ve porque la tengo en mi poder, suelto a un profesor que no me sirve de nada y me quedo con vuestra chica favorita…. jajajaja. ¡Cómo estoy disfrutando!

Las horas fueron pasando, los alumnos se refugiaron en su clase de siempre: la 18. Entre todos separaron las mesas y crearon un espacio en el que poder descansar, pero ¿quién iba a poder dormir con esa amenaza sobre sus vidas?

Gema era la que parecía tener menos miedo. Mientras el resto de compañeros iba de dos en dos al baño (incluso había quien se aguantaba las ganas de orinar por no aventurarse solo por el pasillo), ella decidió que ya estaba bien y que podía ir sola. Que si alguien no tenía miedo era ella: Gema de los Remedios Robles Cortés. Además, si su madre le decía que se tenía que lavar los dientes cada día, ella lo hacía. Con sombra y sin ella. Así que, decidida,  se encaminó al baño sola.

Abrió la puerta y vio a un peluche apoyado en el lavabo. Era algo muy extraño. Se trataba de un oso idéntico al que una vez tuvo de niña y al que recordaba con cariño. Se acercó a él, empezó a acariciarle la cabeza, a susurrarle la canción que le tarareaba de niña y, cuando sus dedos iban recorriendo la nuca del peluche, descubrió que estaban mojados. ¡Estaban manchados de sangre! Gema gritó con todas sus fuerzas. En ese instante el osito abrió los ojos. Sus ojos estaban inyectados en sangre. Abrió también la boca y tenía colmillos que emitían gruñidos y escupían sangre. De repente la cabeza del peluche se desprendió del resto del cuerpo y empezó a levitar haciendo órbitas sobre Gema, que gritaba y gritaba. Estaba a punto de desmayarse del terror tan intenso y porque nadie, nadie en el mundo, acudía en su ayuda. Era como si nadie la oyera o todos hubieran quedado paralizados con sus gritos de terror. El miedo debe ser contagioso.

Lo último que vio Gema antes de perder el conocimiento fue unas letras escritas en sangre en el espejo del baño. Decían: MU3R73 .     

       

CAPÍTULO 3:  Los niños de las clase 18 y la ouija

Por Luis Miguel Rodríguez Torrado

Cinco minutos más tarde, Aroha preguntó:

-¿Dónde está Gema? Lleva más de 5 minutos en el baño…

Todos estaban muy asustados, creían que les iba a pasar lo mismo que a Andrea. Julio y Aroha fueron a asomarse al baño, nunca solos, siempre por parejas. Detrás, a cierta distancia, la distancia del miedo, asomaban las cabezas de otros compañeros. La luz estaba encendida. ¿Por qué? Iban a abrir la puerta. Con precauciones, pero estaban decididos. ¿Y si era una trampa y acababan encerrados?

– Sois unos cagados, es nuestra amiga, hay que abrir la puerta, dijo Aroha.

Abraham se adelantó. Abrió y… Gema estaba tirada en el suelo, junto al cuerpo del peluche sin cabeza. Su cabeza levitaba y hacía órbitas sobre ella. Todos empezaron a chillar. 

-¡Ayuda, ayuda!, gritaban.

Lucía y Germán acudieron. Se quedaron blancos, mudos del terror, paralizados. Julio les dijo:

 -¡Mirad al espejo!

Todos a la vez miraron. Ponía “mu3rt3”, así que salieron a correr hacia su refugio en el aula 18. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué le había hecho esas cosas a su amiga? ¿A la chica más vital de la clase? Algunos empezaron a desahogar su frustración dando patadas a las paredes, otros como Lis lloraban sin parar. Era el pánico. Por megafonía se escuchó:

-Lo hice porque me apetecía… jajaja. Si no queréis morir debéis ir al aula 15 y coger lo que haya. Ya me estáis cansando niñatos… Si seguís mis órdenes no os pasará nada.

Aroha, Julio, Lucía García, Germán… todos fueron con mucho miedo. Abrieron la puerta y un gran escalofrío corrió por su cuerpo como una descarga eléctrica. Pero no era solo el miedo, sino el frío. En el aula 15 hacía un frío helador y además estaba todo oscuro. Una oscuridad siniestra, como de presagio de algo malo que iba a suceder. 

-¿Esa luz de allí qué es?, señaló Aroha.

Era la luz de muchas velas que trazaban un círculo en torno a una tabla sucia de polvo y de antigüedad.

-Tengo miedo, decía Julio.

Era como convertirse de repente en los protagonistas de una película de terror sin conocer el desenlace. En las películas de terror había muertes, sufrimiento y no siempre terminaban bien.

-Vámonos de aquí cagando leches, añadió Julio.

Pero antes había que seguir las instrucciones de la sombra y coger todo lo que había ahí. Cuando salieron del aula descubrieron que la tabla era una ouija… A la mayoría le había advertido de que una ouija representaba peligro y que más valía alejarse de ella. Y ahora se veían con ese artefacto en las manos siguiendo las instrucciones de un ente que no sabían de dónde procedía. La cosa pintaba mal.

María José entendía un poco de aquello. Pidió que le dieran la vuelta y en la parte trasera del tablero había una carta que decía:

“Esto es una ouija, la tenéis que hacer funcionar a las siete de la tarde, cuando empiece a anochecer. Si no lo hacéis moriréis.”

El reloj de clase marcaba las siete de la tarde. Había tanto silencio que solo se oía el sonido de las respiraciones de los alumnos, sus suspiros entrecortados.

Reordenaron y encendieron las velas en el aula 18. De nuevo el círculo. María José les explicó que las letras servían para que el ser, o los seres, con los que se iban a comunicar se manifestasen. Era como tener hilo telefónico con el más allá. Y cuando se coge el teléfono y no se sabe quién puede aparecer, solo puede suceder lo peor. La vieja ouija. María José explicó que los números casi nunca se usaban. Sin embargo el “sí” y el “no” eran las palabras decisivas. Las que se utilizaban habitualmente para que la criatura del más allá decidiera el camino a seguir.

Julio dijo:

– ¿Ahora hay que poner los dedos en la tabla, ¿no?

– Sí, contestó María José. Pero cuando lo hagamos abriremos el portal con el otro mundo. Y ya no habrá marcha atrás.

Todos colocaron las yemas de sus dedos. Nadie debía quedarse fuera. O todos o ninguno. María José iba a ser la portavoz de los vivos en la conversación con los muertos.

-¿Eres la sombra?, preguntó con la voz temblorosa

Y apenas terminó la pregunta, la puerta de clase abrió de par en par y se cerró con violencia. ¡Boom!

Todos empezaron a llorar. De nada servía disimular las lágrimas. Chicos o chicas, mayores o menores, el miedo los igualaba a todos. Era la sombra la que también controlaba los hilos invisibles del tablero ouija.

-Si esto se empieza, esto se termina, dijo María José con firmeza. Esto es serio. Tonterías ninguna. Y cuidado que nos podemos hacer daño, tenemos que estar juntos en esto… Bajo ningún concepto tenemos que dejar el portal abierto. Si lo hacemos estaremos perdidos y el instituto puede llenarse de espíritus.

Helena dijo:

-Pues entonces vamos a seguir.

Las chicas estaban demostrando más fortaleza en los momentos difíciles. Una fortaleza que apenas salía en los libros que estudiaban. Todos se contagiaron de la tranquilidad de María José y Helena. De nuevo le pidieron una señal de confirmación a la Sombra a través de la ouija. Y de nuevo la señal apareció en forma de luces de las velas apagándose.

Aroha propuso dejarlo por un rato y tratar de dormir. Había que organizar las guardias. Con sueño o sin él el peligro continuaba. Silvana y Lucía García se encargarían de las primeras guardias. Y apenas se pusieron a vigilar, de nuevo los sucesos extraños: miraron hacia atrás y apareció Gema levitando en el aula, flotaba con los ojos blancos, su boca se abría y cerraba, mostraba dientes negros y chorros de sangre espesa que caían en el suelo. De su voz ronca, ¡no podía ser la de ella! sólo salía:

-¡Vais a morir, vais a morir!

Y así una y otra vez. Y más círculos sobre el suelo y más sangre oscura y más voces del más allá.

Todos se despertaron y decidieron que había que atraparla, que era su Gema, ¿no? Pues eso… Sólo que pensarlo era una cosa y hacerlo otra bien distinta, así que cuando saltaron para atraparla, Gema bajó al suelo y comenzó a pegarles, puñetazos, patadas, cabezazos… Luego se elevó de nuevo y cayó al suelo como un plomo.

Se despertó, le dolía la cabeza.

– ¿Qué me ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Por qué miráis así?, preguntaba.

– Estabas levitando, moviendo los brazos y las piernas, quisimos cogerte, pero nos pegabas, no nos dejabas, nos has hecho daño, pero sabemos que el fondo no eras tú…

-Nos has asustado mucho a todos, dijo Abraham.

De repente se oyó de nuevo a la Sombra:

-¡Jajajajaja! Así es, soy yo la que se metió en tu cuerpo y aprovechó para darle sopapos a tus compis… si es que soy muy divertido. María José os advirtió de que cerrarais la ouija y vosotros, tontos nenes, como siempre no hicisteis caso.

-Silvana preguntó:

-¿Pero, por qué a nosotros?

-Os merecéis lo peor, así que os voy a contar un poco de mi historia, de cuando estaba vivo y era uno de vosotros.

CAPÍTULO 4: Habla la sombra, aparecen las alucinaciones 

Por Lis Romero Cózar




Y la sombra por primera vez empezó a explicarse:

– Yo era un niño estudioso, al que le gustaba hacer amigos y cosas habituales en los chicos de la edad: las mascotas, los coches y… bueno, en realidad, todo iba bien hasta que me empezaron a gustar las muñecas. De repente la gente empezó a quitarse de mi lado, me hacían el vacío, en los pasillos, en clase y hasta en el baño. Empezaron a considerarme un raro. A esa edad te critican por todo, ya sabéis…

Mientras la sombra hablaba, Luismi, Abraham, Lucía y Mª José comenzaron a deslizarse fuera de la habitación para buscar pistas, señales sobre dónde podía estar Andrea. Querían aprovechar que, por primera vez, desde que empezó el rollo ese de las desapariciones, los fenómenos extraños y las charlas por megafonía, la sombra parecía triste, llorosa, asustada, miedosa (añadidle adjetivos), o como quiera que pueda estar un ser al que no se le veía el rostro y decía estar muerto.

La sombra hablaba de acoso en el colegio… ¿buscaba dar pena? ¿Soltar el rollo a los mismos a los que tenía desquiciados y al borde de un ataque al corazón? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿O es que necesitaba que alguien la escuchara? Cuando parecía que iba a decir por qué hacia todo aquello, se produjo un silencio incómodo y una risa diabólica.

-¿Creíais que no me iba a dar cuenta?, dijo la Sombra. ¿Creéis que no me iba a dar cuenta, que soy estúpida o qué?

¡Los había visto! ¡Se había dado cuenta de todo, del patético intento de escapar de su ojo y buscar pistas!

De repente, Silvana, dijo:

– Parece que se ha ido la megafonía.

En ese instante se escuchó un grito en la planta baja. Parecía María José, a lo mejor necesitaba ayuda. Todos bajaron las escaleras.


-¡Noooo! Una nueva desaparición. Jesús, del que nunca se separaban, el amigo que nunca les fallaba acababa de desaparecer.

 Abraham, Lucía García y Luismi estaban perplejos, extrañados… ¿otro más?

Abraham dijo:

-Tengo miedo, como Auron Play… Parecía que estaba de broma.

Luismi hablaba con Lucía García, cuando de repente los tres dieron una arcada y se les hinchó la barriga. Empezaron a vomitar un extraño líquido, una sustancia espesa con colores de arcoíris… Y eso mismo es lo que dijeron:

-¡Nos sale un arcoíris por la boca!

Juanma y Lucas se despertaron. Entre ellos se preguntaron, ¿estamos soñando?, ¿Es un sueño? ¿Es la realidad? Se había dormido mientras la sombra hablaba.

-¡Qué sueño más raro!, exclamó Lucas y, además, me duele mucho la cabeza.

 -Sí…, dijo Juanma. Y a mí también me duele.

Ambos se quedaron pensativos, ¿la Sombra también tenía poder para dormir a los chicos?, ¿para hacer que no distinguieran de la realidad y de la ficción?, ¿y hasta para hacerlos creer que un vómito era un arcoíris?

¡Otro grito! Pero esta vez era de Abraham. Abraham estaba en el suelo tiritando, como diciendo:

-¡Mamá no me dejes solo!


Fueron los demás a socorrerle. Estaba temblando como un flan, decía que tenía frío, pero en cuanto iban a volver al aula 18 se cayeron Lucas y Juanma. Tenía la sensación de estar cayendo por un agujero muy profundo, pero ¡allí no había nada! ¿Qué extrañas alucinaciones se estaban produciendo?

– ¡Esto tiene que parar, ya! Dijo Juanma.

Todos lo miraron extrañados y preocuparos. Dijeron:

– ¿Qué te pasa Juanma?

Lucas y Juanma se miraron rápidamente y supieron qué estaba pasando. Había visto demasiadas películas de suspense, pero esto era la vida real. Otra vez sonó un grito, pero era de Luismi. Bajaron y había desaparecido. Abraham, Lucía y María José estaban en el suelo llorando. Abraham tenía muchos rasguños en las mangas, le sangraba la barriga. Lucas dijo:

– Creo que todo esto es una ilusión, no puede hacer eso la sombra ¡Es imposible!

Juanma le dio la razón y corrieron a por los chicos, pero no hubo suerte. Sin embargo, lo que vieron les llenó de horror. ¡No podía ser!: Lucía trataba de matar a Luismi. Era Lucía, su cuerpo, sus manos, su ropa y, sin embargo, actuaba como si fuera otra persona, con otros gestos llenos de agresividad y sobre todo con una mirada sin vida. Luismi lloraba mientras intentaba escapar de su compañera de clase…

CAPÍTULO 5: El perro de tres cabezas

Por Juan Manuel Rosado Trujillo

 

De repente Juanma y Lucas se despertaron. Miraron a su alrededor, pero aparentemente no había nada raro. Todo parecía normal. Los alumnos de 1º C dormían como si nada importante estuviera sucediendo. Poco a poco también comenzaron a desperezarse:

– ¿Vosotros habéis soñado algo?, se dijeron un poco confundidos

 Lucas dijo:

– Yo he soñado muchas cosas raras, no me acuerdo muy bien, pero me acuerdo que lo que más me impacto fue que… ¡Lucia estaba matando a Luis Miguel! 

Todos a la vez gritaron:

– ¡Yo también he soñado eso! ¡Y también vomitábamos arcoíris!    

María José extrañada preguntó:

– ¿Y dónde está Jesús?    

Adrián dijo:

– Antes de que soñáramos eso,  Jesús estaba al lado de mí. 

No podía ser: otro alumno había desaparecido. Todos se habían dado cuenta a la vez. Había que hacer algo y, de paso, descubrir de una vez por todas qué estaba pasando, así que se pusieron de acuerdo para explorar el instituto. Con las normas Covid todos sus movimientos estaban muy limitados. Salirse de la zona asignada equivalía a un parte, empezar con mal pie y terminar de la peor manera en casa con una bronca de los padres. Apenas podían moverse. Sus movimientos se limitaban a subir a clase, estar en un espacio reducido del patio y, si tenían suerte, ir al baño siguiendo una línea marcada en el suelo. Sin embargo el instituto era mucho más: había rincones que aún no habían pisado. Se pusieron de acuerdo para explorarlo. Silvana, la delegada de clase, propuso la idea de hacer dos grupos de trece personas. Otra vez Silvana dando órdenes, pero la idea a priori parecía buena. Nadie se quedaría solo y divididos en dos grupos grandes tenían más posibilidades de encontrar una salida. Dijo:

– El grupo uno tendrá la mitad de la clase y el grupo dos la otra mitad, como en los desdobles. El grupo uno a la planta baja y a la primera, y el grupo dos a la segunda y tercera. Cuando terminemos nos vemos todos arriba y, si no es posible, nos vemos todos en el patio del recreo.

Todos los alumnos, ya ordenados, se pusieron en marcha. El grupo uno se dirigió al Aula de Tecnología. Allí estaba en silencio, sentado y a oscuras el profesor de Informática. ¿Qué hacía allí? Actuaba como si no se hubiera enterado de nada de lo que estaba sucediendo. Además, el ambiente era muy húmedo y olía a cerrado. Probaron a encender la luz, pero no había electricidad. Con lo poco que se veía fueron hacia el lado de la clase donde estaban las ventanas y las abrieron. Entonces sí, el ambiente se volvió menos siniestro, aunque todavía quedaban algunos portaminas del profe de tecnología. Estaban a punto de irse, pero Adrián se dio cuenta de algo. Gritó:

– Mirad por las ventanas,

Esas ventanas dan a la calle y observaron que, aunque era tarde, había incluso menos gente de lo que era normal. Estaba casi todo desértico. 

Fueron a la segunda planta, pero no encontraron nada interesante: era lo mismo que en toda la planta de abajo, pero no había nada sospechoso, ni tampoco pistas a simple vista. Entonces decidieron subir a la tercera planta para ver si el segundo grupo estaba allí. Lis aconsejó:

-¡Vamos un poco más rápido, que esta planta me da miedo! 

Nunca habían estado allí, en esas clases estudiaban los alumnos de los Ciclos. El mero hecho de estar allí les hacía sentir un poco más asustados, ya que era territorio inexplorado: nadie de 1º C había tenido permiso para adentrarse en esa zona. Las clases eran algo diferentes, tenían ordenadores y todo estaba oscuro y olía muy mal, como a podrido. Al final del pasillo dentro de una clase se encontraron a la primera parte del grupo. Siguieron buscando un poco más y encontraron una puerta de metal llena de cajas y muebles del instituto.  Óscar dijo: 

-¿Y si probamos a ver qué hay? 

A Julio le pareció buena idea y propuso intentar abrir otra puerta, pero no había manera: era de metal y tenía un candado. Luis Miguel preguntó:

-¿Dónde guardarán las llaves de esta puerta? 

María José le respondió que ella en los patios veía al jefe de estudios y al director con unas cuantas llaves en el bolsillo, Igual estaban en secretaria o en la sala de profesores. Entonces se pusieron de acuerdo para volver abajo y  buscarlas. Buscaban y rebuscaban, hasta que algo les llamó la atención: Eran cuatro puertas de madera al final del pasillo, dos estaban cerradas con llave y dos abiertas. Nidal preguntó:

-¿Para que utilizaban estas puertas antes? 

Pero nadie lo sabía,  nadie se había fijado antes. Simplemente leyeron lo que decía arriba de una de ellas: “Departamento”.

Entraron a la primera. Estaba muy oscuro. Les daba mucho miedo seguir adelante, pero todos fingían valor y serenidad. No querían ser acusados de cobardes ni ser los primeros en echarse atrás, pero ninguno se atrevía dar un paso al frente y ser el primero en guiar al grupo por aquella zona desconocida. Nidal en cambio los miró a todos fijamente y se ofreció. Nidal se sentaba habitualmente en un rincón de la clase. Su mesa era la más desordenada de todas, era como un caos en miniatura, llena de papeles, libros abiertos, bolígrafos, dibujos y más dibujos. Sin embargo Nidal era extraordinariamente creativo, un excelente dibujante y, ahora lo descubrían sus compañeros, un compañero valiente y decidido. Además se escuchaba un extraño sonido, algo parecido a unos gruñidos de perro hambriento… ¿Quién se atrevería a meterse por un pasillo negro con unos ruidos indescifrables al fondo? Nadie, menos Nidal. Se adentró unos pasos y… de repente gritó:

-¡Ayudaaaaaaa!

Y desapareció. Desapareció él, desaparecieron los gruñidos, pero lo que no desapareció fue el pánico que se extendió entre toda la clase. Todos comenzaron a gritar, buscaban la salida, pero el pasillo era como un laberinto. Cuanto más nerviosos se ponían más difícil resultaba salir de allí.

Adrián por fin encontró el interruptor de una luz. Y la encendió. María José, que estaba algo más adelantada, les pidió que fuesen hasta ella, pero sin correr. Al llegar vieron qué le había sucedido a Nidal: al fondo del pasadizo había un boquete bastante profundo por el cual se había caído, pero ¿por qué no seguía pidiendo ayuda? Al fondo se veía algo rojo, así que se pusieron en lo peor. ¿Rojo de sangre? ¿Nidal accidentado? ¿Nidal muerto? Gran parte de la clase comenzó a llorar, ahora nadie disimulaba. Llevaban desde los tres años con Nidal, su compañero de toda la vida, el que alegraba las clases con una ocurrencia que solo se le podía ocurrir a él. Silvana, toda frialdad, dijo:

– No va a pasar nada porque lloréis, vamos a bajar a ver si por lo menos encontramos una salida o a Jesús.

Siguieron bajando, eran como unas escaleras de caracol muy estrechas. Más abajo suponían que estaría el cuerpo de Nidal y efectivamente lo encontraron, pero de una manera que, ni en la peor de las pesadillas lo hubieran podido imaginar: ¡Le faltaban un brazo y una pierna!, ¿qué le había pasado?  

De repente se escuchó un grito de Lis, que estaba unos metros más adelante.

 – ¡Ayudaaaaa, subiiiiiid, salid de aquí, Dios mío…!

Así que corrieron a subir de nuevo las escaleras. Algunos se cayeron, otros lloraban, todos querían subir, se atropellaban unos a otros. Ese espantoso grito de Lis… Cuando subieron le preguntaron a Lis qué le había pasado y, entre sollozos, contestó: 

¡He visto a un perro de tres cabezas comiéndose el cuerpo de Nidal! 



CAPÍTULO 6: No todo es lo que parece

Por Lucía Ruiz Jiménez

Gritaron todos a la vez:

– ¡Lis, estás loca! ¡Los perros de tres cabezas no existen!

María José se giró para comprobar si era verdad y de repente ella también empezó a chillar:

– ¡Correeeed!

Todos salieron corriendo… Pero Helena y Lucía García tropezaron entre sí y se quedaron atrás. El perro las alcanzó. Nadie pareció escuchar sus gritos de súplica. Al llegar a las escaleras, después de que todos hubieran pasado, Óscar y Adri se encargaron de cerrar la valla. ¿Habían pasado todos? Se miraron entre sí y notaron que alguien faltaba. Abrieron con sigilo la puerta y comprobaron con espanto cómo el perro de tres cabezas estaba devorando a sus compañeras Helena y Lucía.

Cuando al fin llegaron al gimnasio y lograron calmarse comenzaron a idear un plan. Silvana dijo:

 -¡Tenemos que salir de aquí, no podemos seguir ni un día más! ¡Esto no es un instituto, es un infierno!

Julio contestó:

 – ¿Y cómo piensas salir de aquí, listilla? Nidal, Helena, Lucía… acabamos de perder a tres compañeros y hablas como si nada. Ese perro se interpone entre la salida y nosotros y al final nos va a devorar a todos.

 Luismi trató de poner orden y gritó:

 – ¡No os peleéis! ¡Tenemos que permanecer juntos para salir de aquí!

Tras quince minutos de silencio absoluto, María José pidió al resto que la siguieran. Parecía resuelta, con algo en la cabeza entre tanta muerte y confusión. Les pidió que cogieran todas las sillas y mesas que encontraran. Se escuchaban murmullos de “esta  tía está loca, no sabe lo que hace”. Sin embargo, y aunque a regañadientes, le hicieron caso.

– Haremos una escalera con el mobiliario para alcanzar el muro, nos organizaremos en grupos de cinco y será en forma de pirámide… así podremos escapar, aclaró.

Todos trabajaron sin descanso hasta que cayó la noche y se quedaron sumidos en la más profunda oscuridad. Prácticamente habían acabado, así que decidieron irse al gimnasio a descansar. Al día siguiente terminarían y, con ello, su pesadilla. 
Cuando amaneció Julio y Adri se levantaron los primeros y al asomarse al patio para ver si todo estaba en orden, Julio gritó con toda su rabia:

– ¡Ahahahahahahahahahahahahahaahah!

Adri quedó en shock y solo pudo decir con un hilo de voz:

 – Esto no está pasando.

El alarido de Adri despertó de golpe a sus compañeros. Llenos de ansiedad se levantaron y corrieron a su encuentro. Conforme llegaban todos tenían la misma reacción. Unos gritaban, otros chillaban, otros pataleaban, pero todos lloraban: su construcción en forma de escalera había desaparecido. En su lugar un cartel gigante, escrito con letras de sangre, les advertía: “Esta no es vuestra salida, 3-0.”

Registraron el instituto, habían desaparecido las mesas y las sillas. No había nada que los pudiera ayudar. Cada plan que ideaban salía peor que el anterior y estaban solos, completamente solos.  En realidad peor aún que solos: solos y muertos de miedo.

Al llegar a la última clase que les quedaba por controlar, Aroha, Luismi y Juanma se encontraron con el perro de tres cabezas. ¿Cómo pudo llegar hasta allí si lo habían dejado encerrado? ¿Conocía pasadizos, túneles secretos que ni ellos mismos sabían que existían? ¿O es que había más de un perro?

Aroha, que es una amante de los animales, decidió actuar sin miedo y sin pensar, quizás nadie había tratado bien a ese animal… Luismi y Juanma salieron corriendo para avisar a los compañeros: Aroha se había vuelto loca. O es que siempre lo había estado y era en ese momento cuando por primera vez lo manifestaba. Un perro asesino, una maligna mutación de la naturaleza y a Aroha, como una encantadora sin nada de sentido común, de repente se le mete en la cabeza que el bicho necesita un poco de amor.


Cuando todos llegaron se abrió la puerta muy lentamente y… lo que nadie jamás pudo imaginar: Aroha salió andando acompañada del perro de tres cabezas. El animal vio algo especial en ella. Se dejaba acariciar la cabeza y el lomo y ya no enseñaba los colmillos. O el mundo se había vuelto del revés o ahora tenían un nuevo aliado.

CAPÍTULO 7: El perro que se convirtió en héroe

Por Adrián Sánchez García

Cuando todo parecía estar controlado, Aroha escuchó un ruido, pero no sabía de dónde procedía. Julio gritó:

– ¡Silencio! Creo que sé de dónde vienen esos sonidos…

Así que todos siguieron a Julio. Iba directo al cuarto de baño… Juanma y Lucas, que se encontraban al final del grupo, escucharon en cambio otro ruido que venía del final del pasillo… ya no sabían qué hacer, cada vez estaban más asustados, les llegaban señales, sonidos desde lugares opuestos. Ninguno sabía qué sitio era el más seguro ni dónde situarse, si al principio o al final del grupo.

– Chicos, ¿habéis escuchado ese ruido?

Silvana dijo:

– ¡No me asustéis más, que parecéis tontos…!

Si había algo que descontrolaba a Silvana era que le dieran sustos en el momento más imprevisto. A Julio y a Lucía les dio la risa, la típica risa que produce el miedo. Reían y sin embargo estaban muy asustados.

Óscar y Pedro les preguntaron si iban a ir o iban a seguir comportándose como unas gallinas. Julio les contestó:

– ¿Me vais a llamar a mi cagado? ¿Estáis seguros de lo que estáis diciendo?

Y sí, sí lo estaban. Julio era el presidente del club de los cagados. Y ese club cada vez tenía más adeptos.

Iratxe trató de mediar:

– ¡Basta de peleas! ¡Y vamos a ver de dónde viene ese maldito ruido!

Se dirigieron hacia el final del pasillo y, al pasar por el aula 18, se vio una luz que se reflejaba en la pantalla digital. María José, la más curiosa se acercó a ella, la inspeccionó por su parte trasera y…

-¡Mirad lo que he encontrado! ¡Es una guarida…!

Y lo más sorprendente es que, tras una puerta de metal, estaban escondidos Jesús y Andrea, pero entre ellos y la puerta que había tras la pantalla parecía haber trampas en el suelo. No quedaba otra que esquivarlas. Jesús y Andrea estaban amordazados y con sus ojos iban señalando dónde no se debía pisar. De una en una y con mucho cuidado: era como caminar por un campo minado.

Primero iba Abraham que por fin iba asumiendo responsabilidades. A continuación Silvana, Juanma, Lucas, etc. Veían a sus compañeros secuestrados, estaban ahí, moviendo los ojos de un lado a otro. Los tenían cerca cuando sonó un megáfono:

-¡Nunca lo conseguiréis!

Y más risas. Unas risas que a la primera supieron a quién pertenecían: la Sombra. Iratxe fue la primera que la reconoció.

Iban pasando la última trampa, uno a uno, tratando de no pensar en la voz de la Sombra con su maléfica risa, cuando Luismi se tropezó. Silvana le lanzó una mirada de reproche, como pensando: ten cuidado o no seas tonto o no lo fastidies ahora. Al principio no pensó que el tropiezo fuera nada serio, hasta que Luismi gritó con todas sus fuerzas:

-¡Ayudaaaaaaa!

Entonces sí, entonces Silvana fue a su rescate. Cuando casi llegó a su lado se hundió la baldosa que lo sostenía.

-¡Noooooooo!, chilló Silvana.

Sin embargo cuando parecía que todo estaba perdido apareció el perro de tres cabezas que lo rescató con una de sus mandíbulas. Tiró de él y lo sacó del agujero. Entonces Aroha se volvió a todos y con una mirada, mitad sonriente mitad de ya os lo decía, dijo:

-¿Habéis visto cómo los animales no son tan malos como creíais? Las cosas no son como parecen…

Todos consiguieron salvar la última trampa, abrazaron a Luismi, a Andrea y a Jesús, a los que desataron y por fin se reincorporaban al grupo. Aroha salió corriendo a abrazar a Cancerbero y, justo en ese momento, se cerró la puerta. ¿Dónde estaban?

CAPÍTULO 8: El pasadizo sombrío.

Por Helena Serrano Alarcón.

Mientras estaban en ese pasadizo sombrío, lleno de polvo, telarañas y piedras empezaron a pensar en todos sus compañeros que se habían quedado atrás. Algunos lloraban, otros les dedicaban algunas palabras de recuerdo, y otros, que fingían ser más fuertes, intentaban no llorar y consolar a los demás.

De repente una sensación de frio helado empezó a recorrer sus cuerpos. Los que lloraban dejaron de hacerlo, los que hablaban también dejaron de hacerlo y los que abrazaban a otros lo hacían aún con más fuerza. Esa sensación calaba los huesos y empezaba a ser angustiosa e incómoda.

María José se activó para averiguar por fin qué podría estar pasando. Para ello convenció a los demás y, sentándose en el suelo, dibujó aquella tabla ouija que tantos problemas les había causado pero que, en cierta forma les podía ayudar a encontrar la solución. Convenció a los no convencidos (siempre se le había dado bien) y les dio valor a aquellos a los que empezaba a faltarle. Tenía que descubrir qué pasaba. ¿Por qué hacía tanto frío?

Usando una piedra como flecha vieron cómo rápidamente empezó a moverse, parecía que se había vuelto loca, giraba hacia arriba y abajo, daba vueltas sin parar. Eran dos almas las que les hablaban por medio de la tabla. Así descubrieron que ese frío era una llamada de auxilio de Helena y Lucía García, que querían volver y no sabían cómo. Entonces, y sin saber qué o quién les movía a hacerlo, formaron con sus cuerpos temblorosos una estrella de David en el suelo y, casi al instante, allí estaban otra vez ellas dos a su lado.

Pero el frío seguía ahí, respirando por ellos, haciendo que el pasadizo se hiciera más y más sombrío, más y más polvoriento, veían telarañas y piedras donde no las había. Mientras, el frío se había convertido en uno más del grupo, pensaba por sí mismo, actuaba por sí mismo y sin palabras les pedía que siguieran avanzando por ese pasadizo. Les daba mucho miedo, pero Helena y Lucía García les convencieron para seguir avanzando, no podían quedarse mucho más tiempo quietos ahí. Todos querían que Cancerbero fuese el primero, porque tiene tres cabezas, era fuerte y les podía servir de protección de los peligros que, intuían, estaban ahí. Aroha ordenó:

– ¡Todos detrás de Cancerbero!

Y todos empezaron a seguir a Cancerbero. Él les iba indicando con su hocico y su mirada dónde tenían que pisar para no caer a un foso lleno de animales hambrientos que se había abierto a ambos lados del pasadizo. Había láseres rojos apuntándoles, una especie de robots blancos y negros. Todo tan extraño… Caminaban entre trampas, algunas con solo rozarlos los podían matar. Pero aun así lo consiguieron.

Y fue así como lograron salir de aquel sitio tan horripilante, y todo gracias a Cancerbero, que los fue guiando en todo momento. A Cancerbero y a Aroha, por supuesto. Una vez más Cancerbero había sido el héroe. Estaban exultantes, ¡por fin habían logrado escapar! En cuanto lo hicieron empezaron a cantar todos a la vez:

– ¡Campeones, campeones, oe, oe, oeeee! –

– ¡Ya queda menos para salir de este instituto! –

– ¡Hemos superado otra de las trampas de la sombra! – decían todos.

Algunos lo celebraban gritando, otros saltando, otros lloraban de la emoción y alegría y otros no paraban de dar abrazos. Estaban muy felices y contentos.

Cuando lo estaban celebrando empezó a sonar una música terrorífica por megafonía, las puertas no paraban de abrirse y cerrarse sin parar y, para colmo, las luces se encendían y se apagaban solas constantemente. Cada vez se asustaban más, habían pasado por muchas situaciones diferentes: las bombas de relojería, los secuestros, Gema endemoniada, Nidal devorado… ¿Y ahora? ¿Otra vez algo que aún no podían adivinar?

Era imposible no asustarse, nadie sabía lo que estaba pasando. Se asustaron tanto que se quedaron por un momento quietos como estatuas. Cuando pasó un minuto dejó de sonar, pero por desgracia, a los cinco minutos empezó de nuevo a sonar la música, las puertas otra vez a abrirse y cerrarse, las luces a encenderse y apagarse a una velocidad vertiginosa. De nuevo el horror.

Parecía que alguien lo manejaba todo desde algún lugar. Cuando la música ya había sonado cinco o seis veces sonó un pitido.

– ¡Aaaaaaaa…! – se escuchó.

«¡AYUDAAA! ¡ FUEGOOO!» Iratxe volvió a reconocer esa voz, ¡era la de la Sombra! y procedía de conserjería. Todo dejo de moverse y salieron corriendo, cogían todos los extintores que se encontraban en el camino. Cuando llegaron a conserjería, apagaron el fuego, salía mucho humo, pero la ventana estaba abierta y pronto se esfumó

– Jajajajaja – dijo la sombra.

– ¡Habéis caído en la trampa! ¡Sois unos tontos, si no hay nadie más en el instituto que yo…! Y vosotros, seres estúpidos, para qué venís. Pero, no pasa nada, es mejor que hayáis venido, porque habéis caído en mi trampa… jajajaja sois como torpes insectos para mí…

Mientras la Sombra hablaba notaron que las losas del suelo se iban abriendo y lentamente se iban escurriendo hacia abajo. Noooooooo.

¿Dónde habían caído?

CAPÍTULO 9:  El escape definitivo

Por Lucas Tienda Gordillo

No se veía nada, pero, de repente, se encendieron unas tenues luces y vieron que estaban rodeados de libros.

Los alumnos de 1º comenzaron a andar por la sala con mucho cuidado de no tropezar con ninguno de los libros, hasta que vieron que aquello les resultaba familiar.

– ¿Esos no son los libros de la estantería de «adopta un libro» en la entrada del instituto?, dijo Abraham confuso.

Julio afirmó:

 – Hay algunos libros que son diferentes, son más gruesos que los demás.

– ¡Tiremos de ellos!, dijo Silvana.

– ¿Estás segura de que va a funcionar?, dijo Adrián.

– Eso es lo que siempre ocurre en las películas,  aclaró Silvana.

Toda la clase se puso como loca tirando de todos los libros. Tenía que haber uno que tuviera la clave. Hasta que lo encontraron y al instante se abrieron unas estanterías al fondo de la sala y aparecieron unas escaleras.

– ¿Entramos? Se preguntaron.

Toda la clase se dirigió a las misteriosas, humedad y oscuras escaleras.

Subieron por ellas y ¡estaban fuera del instituto! Por fin pudieron salir. Pero todavía no había acabado.

Había una misteriosa caravana que tenía cables por todos lados, e iban directos a, ¡la conserjería!

La caravana por dentro no tenía luz, pero sí tenía muchos botones y ordenadores, y descubrieron además que los ordenadores estaban conectados por cables a la conserjería, y de allí, a las cámaras del instituto.

– ¿Y los botones? Pregunto Germán.

– Los botones tienen símbolos, pero no unos símbolos cualquiera, ¡son los símbolos de todas las trampas!, aclaró Juanma.

– Vamos a dividirnos en dos grupos para encontrar alimento y pistas. Nos veremos en Cruz de Humilladero, dijo María José.

Pero todos se preguntaban:

– ¿Dónde está todo el mundo?

CAPÍTULO 10: Las personas fantasma

Por Óscar Torés Casado

Silvana tomó el libro para salir del instituto, lo abrió y había pistas, señales, palabras que formaban una especie de código. Se detuvo a contemplarlas, movía el libro de arriba abajo, le daba la vuelta una y otra vez intentando descifrarlas. En eso, llegó la otra mitad del grupo. Cuando volvió la mirada de nuevo a las páginas del libro encontró una frase que sobresalía del resto y que no tenía ningún sentido que estuviera ahí, escondida entre el resto de palabras:

“Id al Cañamero”

El Cañamero era un bar situado al final de calle La Unión. Servían tapas, desayunos y no había nadie del barrio que no hubiera pasado por ahí alguna vez. Sin embargo no había clientes por lo que se veía asomando la mirada a través de los cristales. Estaba igual de desierto que las calles. Julio dijo que tenía hambre.

-Ya que estamos…

Las luces estaban apagadas, las puertas no se abrían. ¿Qué hacer? Abraham tomó la iniciativa, cogió una piedra bastante pesada que encontró por la acera y la lanzó contra la puerta del bar. ¡Craaash! La reventó. Pequeños trozos de cristal salieron disparados en todas direcciones, pero el primer objetivo estaba cumplido y, lamentablemente, no había nadie que aclarara si aquello estaba bien o mal.

Adrián gritó:

– ¡Vaaaaaamos!

Y toda la clase se precipitó al interior. Arrasaron las estanterías de refrescos, cada uno se hizo megabocadillos con todo lo que encontró en los cajones de la cocina: jamón, mortadela, chorizo, salchichón, manteca colorá, tortilla. Comieron como no lo habían podido hacer los días anteriores que permanecieron encerrados en el Romero Esteo. Comieron con ansiedad y desorden, como caníbales en una isla desierta.

Cuando quedaron saciados salieron de nuevo a calle La Unión y vieron a personas que caminaban tranquilamente por la acera y que cruzaban la calle de un lado a otro como si no pasara nada, como si fuera un día normal de sus vidas. Sin embargo no respondían. Silvana tomó la iniciativa y se dirigió a uno de ellos, le tocó ligeramente el hombro y…

-¡Ahhhhhhhhh!- gritó.

Su mano lo había traspasado. Miró al resto del grupo. Su cara era de horror. Lo veía pero no lo podía tocar, su mano lo traspasaba como si fuera un pedazo de aire. Pero tenía aspecto de persona, hablaba y se movía. ¿Qué era aquello? Los alumnos de 1º C comenzaron a correr en dirección al instituto y se encontraron con un grupo, cuyos miembros parecían estar tan asustados como ellos. Asustados, cansados y perdidos. ¿Eran reales? Ellos sí contestaron. Explicaron que les había pasado exactamente lo mismo hacía dos años y que ahora era igual También en el Romero Esteo.

Juanma llegó a la conclusión de que eso que les sucedía sólo podía significar una cosa: estaban atrapados. Los del otro grupo y ellos mismos.

Silvana miró de nuevo el libro. Había otra pista que decía:

“Id a casa de Silvana”

Se dirigieron allí, pero, como en el Cañamero, tampoco había nadie. Ni en casa de Óscar, a la que se dirigieron después.

-¿Dónde están los padres?, se preguntaron.


      CAPÍTULO 11: ¿Son novios?

     Por Iratxe Vallejo Postigo



Tras un minuto de silencio se miraron fijamente y Lis gritó:

– ¡Esto es una pesadilla!

Todos se derrumbaron. Algunos como Silvana y Luismi lloraban, otros como Óscar y Lucas gritaban, pero todos estaban desesperados. María José gritó:

-¡Callaos ya! 

Y todos se callaron, pero de repente se miraron a la vez y dijeron:

-Vamos a aprovechar esta situación.

Así que salieron corriendo hasta el Centro Comercial Vialia a por ropa, bolsos, juegos…. Aroha no estaba de acuerdo en robar. Sus padres le habían enseñado que robar estaba mal y cuando algunas compañeras del instituto le habían propuesto alguna vez ir a El Corte Inglés o al Vialia a robar pequeñas cosas, escondiéndoselas en la ropa, ella siempre se había negado. Le daba tanta vergüenza que pensaba que se iba a morir si alguna vez la pillaban. Sin embargo nadie le hizo caso. Se distribuyeron en pequeños grupos por el centro comercial desierto. Óscar, Javier, Julio y Adrián se fueron a la tienda Game. Abraham (cómo no) se metió en el KFC, Silvana y Luismi se fueron al baño y los demás se dispersaron.

Lucia Ruiz estaba profundamente enamorada de Luismi, desde la primera vez que lo vio años atrás, así que les siguió muy silenciosamente, pero antes cogió una cámara del Media Markt. Tras un paseo hasta el baño, Lucia vio que Luismi y Silvana se estaban besando. Al principio se quedó impactada porque ellos siempre se habían llevado mal, pero luego hizo una foto para tener pruebas y salió corriendo. Ni siquiera sabía muy bien por qué lo había hecho. Los nervios, la desesperación, los celos… Cuando estaba en la entrada del Vialia se encontró al profe de Taller de Oratoria y gritó todo el dolor que llevaba acumulado, su frustración por haber contemplado cómo el amor de su vida besaba a otra chica. Sentía rabia y dolor por la traición.

Sus compañeros acudieron al oír sus gritos. Nunca habían escuchado a Iratxe proferir esos alaridos. Cuando llegaron intentaron hablarle a su maestro, pero no les respondía. Estaba en silencio, con los ojos abiertos como platos. Sólo se reía con una risa malévola. Después de cinco minutos Lucia Ruíz gritó:

-¡Son novios!

-¿Quién?, le preguntaron.

Lucía les explicó, entre sollozos y suspiros, que había visto besándose en el baño a Silvana y a Luismi y que tenía pruebas. Todos quedaron impactados, pero Silvana cambió de tema y dijo:

-¿Qué hacemos con el maestro?

German llevaba 5 minutos dando vueltas sin parar hasta que gritó:

-¿Eso qué es?


Todos vieron lo que German estaba señalando. Era un pasadizo profundo que se había abierto junto a una alcantarilla y conducía a una habitación. El maestro les seguía, parecía un zombi, un ser sin expresión ni sentimientos. En esa habitación se encontraron una librería. Lucía García propuso volver a tirar de los libros, como hicieron para escapar del instituto. Tiraron de casi todos menos de uno que se titulaba «Nadie entendía nada». Cuando Lis fue a tocarlo se cerraron las puertas, pero aun así Lis logró tirar de él… y se cayó. ¡Pumm! De repente se abrió un pasadizo donde al final del mismo se veía una luz blanquecina. Todos a la vez se preguntaron:

-¿Qué habrá al final del pasadizo?

CAPÍTULO 12: ¿Nosotros importantes?

Por María José Villalba Corvalán

El grupo recorría el pasillo ágilmente y, aunque los alumnos sentían miedo de lo que pudiesen encontrar al final, avanzaron gracias a la curiosidad que sentían por encontrar respuestas. Y aunque sufrieron bastante estaban decididos a enfrentar cualquier situación. A medida que iban avanzando la luz se hacía más fuerte, a tal punto de dejar ciego a cualquiera que la mirase. De repente la luz se hizo más tenue, ya incluso podían entrever lo que había alrededor. 

Empezaba a oler muy mal, era como si se estuvieran acercando a algo. El olor cada vez se hacía más insoportable, haciendo que los alumnos tuvieran que taparse la mitad del rostro con su ropa o cualquier cosa que encontrasen.  Siguieron el camino llegando a lo que parecía el final. Había una puerta y encima de ella un letrero en el que estaba escrito la palabra «salida». Todos se miraron intentando comprender la situación a través de sus profundas miradas.

 ¿Sería este el final de sus problemas? ¿Acabaría por fin la pesadilla? Pero todos tenían la misma intención y esa era abrir la puerta. La abrieron y se encontraron con un laboratorio, pero este tenía algo fuera de lo común: había gente muerta (ahora tenía sentido de dónde venía el olor). Gente muerta alrededor de toda una sala llena de ordenadores algo peculiares, ya que cada uno tenía información de cada uno de los alumnos como si fueran ratas de laboratorio. Tras investigar la sala encontraron una habitación apartada en la que dentro yacía el cadáver de una mujer con una pistola en la mano frente a uno de los ordenadores. Nadie se atrevía a decir algo o a moverse quedando en un silencio ¿incómodo?, ¿perturbador?, ¿violento? Nadie sabría cómo describir ese silencio, pero lo que sí sabían era que fue provocado por el temor que les causaba toda aquella situación.

Decidieron encender el ordenador para ver qué contenía y al encenderlo se proyectó un video en el que salía la misma mujer que estaba en el suelo y que comenzaba diciendo su nombre (Emma González) y cosas sobre que todo lo que ellos habían pasado había sido una prueba y que había resultado ser todo un éxito, que sus vidas valían mucho y que podrían salvar muchas vidas, que la prueba empezó desde los incidentes del instituto y que la sombra nunca existió, pero que en cambio la gente muerta sí era real.  El resto se lo pasó lamentando no poder estar ahí para recibirlos cuando hubiesen salido de la prueba. Mientras decía todo esto se veía en el fondo cómo estaban entrando unas personas y mataban  a la gente que estaba allí y antes de finalizar el video (y antes de que uno de ellos pudiese matarla) ella misma se suicidó.

Nadie entendía nada ni por qué, por qué ellos eran importantes. Antes de que nadie pudiera hablar entraron unos hombres enmascarados, armados y con vestimenta negra. Irrumpieron en la habitación a través de una puerta que parecía dar al exterior. Uno que parecía el más autoritario aunque era un poco bajo, un poco nada más, empezó a hablar:

-¡Súbanse todos al jet no hay mucho tiempo, ya vienen, tienen que salir ahora!

Ahora todos estaban más confundidos que antes y no podían moverse debido a su estado de shock, pero Julio decidió hablar:

-¿Cómo sabes que podemos confiar en vosotros?

A lo que el hombre ya enojado le respondió:

-¡Mira niño, yo no voy a empezar a discutir contigo, hay poco tiempo, si te subes o no me importa una mierda! ¡Si quieres morir adelante, quédate aquí, pero si quieres venir te recomiendo a ti y todos tus amigos que…!

Todos asustados empezaron a subir al jet, ya que nadie quería morir. Al rato de subir, el mismo hombre de antes se quitó la máscara y dijo:

-Por cierto, soy Levi y soy el capitán de aquí.

Todos asintieron no muy convencidos. Pasaron horas y seguían  volando sin ningún rumbo o eso creían ellos, nadie podía conciliar el sueño ya que tenían todavía muchas dudas. Algunas eran: ¿Nosotros importantes? ¿Eran de fiar estas personas? ¿A dónde iban? ¿Estaban seguros…? Pero había una que ganaba a todas las demás: ¿De qué o quién huían?


     

CAPÍTULO 13: Niemand Verstand Etwas

Por Lucía García Jiménez



 Todos en el jet estaban dando vueltas sin sentido pensando en qué les iba a deparar el futuro. Durante el viaje, que se hacía eterno, Silvana y Luismi se sentaron a hablar de por qué se besaron y acabaron diciendo:

-Vamos a olvidarlo.

Volviendo a lo más importante, el jet aterrizo y todos se preguntaron:

-¿Qué sitio es este?

Y Abraham, como había estudiado alemán, conocía el sitio y era una ciudad fantasma de Alemania. Levi los llevó hasta un edificio que resaltaba entre los demás. En la entrada se encontraron con otro grupo al que le había sucedido lo mismo que a la clase de 1ºC (o eso dijeron). Se adentraron con el otro grupo. Nadie confiaba en nadie. El ascensor todavía funcionaba y les extrañó porque todo estaba desordenado y tirado por el suelo. Llegaron hasta la décimo sexta planta y se encontraron a Mikasa y empezó a explicar lo que sigue:

-Habéis sido elegidos después de muchas pruebas mortales como una sombra, una explosión, una niña endemoniada, la ouija, el cancerbero y muchas más. Sois especiales.

Helena durante la explicación pensaba: ¿Por qué solo hay dos grupos?

-Porque sois los únicos que habéis superado estas pruebas, dijo Mikasa.

Y Levi, que parecía estar cansado de tantas vueltas y de tantas explicaciones, dijo:

-Venga, fuera de aquí, que tenéis que adaptaros al sitio. (Por no ser borde.)

Se fueron a la planta trigésimo segunda, que era la más alta y lo que vieron no era normal: algunos se desmayaron, otros se pusieron a llorar y a otros les entraban nauseas. ¿Qué era eso?

¡Eran los familiares, amigos y profesores muertos en fotos! Algunos con disparos en la cabeza y otros decapitados.

Mikasa se dio cuenta de habían subido. Intento ir lo más rápido posible para pararlos, les atrapó y los castigó con hacer un scape room.  Lucas pregunto:

-¿Qué es un scape room?

Mikasa aclaró:

-Lo que voy hacer es separaros por dúos y cada habitación es un puzle con un tiempo límite y por cada habitación que paséis os encontrareis con otros dúos para al final estar todos juntos.

Luismi y Silvana era un dúo y su prueba era estar encerrados en una habitación con un acuario de tiburones martillos. ¡Qué miedo! Dijo Luismi:

-Busquemos la salida ya, tengo fobia a los tiburones.

La habitación estaba vacía, solo había una silla.

Luismi no podía pensar en NADA, pero a Silvana siempre le gustó el mar, le calmaba mucho y vio una puerta, pero el problema era que estaba dentro del acuario.

-¿Y si rompemos el cristal con la silla?, dijo Luismi. No pasa nada, son tiburones martillos, no va a pasar nada, eso espero…, añadió entre dientes.

Entre los dos partieron la vitrina en mil trozos, y vosotros pensaréis, ¿pero el agua no se rebaja? No, porque había un tubo donde salía agua a mares.
Salieron rápidamente hacia la puerta y Silvana se enredó con un alga y Luismi solo pensaba en huir y pasó de largo, pero después de varios intentos, Silvana salió y se fueron del acuario. Se encontraron con los demás miembros del grupo, pero había algo que no cuadraba: alguien del edificio se había infiltrado, pero no se dieron cuenta. El infiltrado se quedó atrás para ir matando uno por uno a todos los que se quedasen atrás. Y ¡Oh no! el último era Abraham.  A Aroha le dio por mirar atrás y vió cómo mataban a Abraham. Gritó:

–  ¡¡¡¡Nooooo!!!!

Todos miraron atrás y Julio, que era uno de sus mejores amigos, se puso a llorar. 

El infiltrado se esfumó lo más rápido que pudo tras finalizar su criminal fechoría. Lucas se dio cuenta de que también faltaba Juanma.

De repente, se abrió una compuerta donde estaba Juanma y el Cancerbero. A sus pies había un lago de lava. Se escuchó una voz misteriosa, que parecía proceder de las profundidades:

– Si esta prueba queréis pasar a alguien tenéis que matar…
Aroha dijo:

– ¿No se pueden salvar los dos?

– Podéis salvar a los dos, pero no saldrá barato, solo tenéis que quitar la alfombra. Cuando la quitaron se dieron cuenta de que estaban encima de una capa fina de cristal sobre un abismo

La voz dijo.

– Gracias, tomad a vuestros amigos.

Los tiró y se rompió el cristal en mil pedazos.

¡Nooooo!



CAPÍTULO 14: Un mundo paralelo

Por Silvana Pérez Gutiérrez


Todos cayeron a la lava y empezaron a chillar o a llorar pensando que iban a morir. Mientras caían, Julio que siempre se quería hacer el duro empezó a gritar:

– Que sepáis que os quiero mucho, que volvería a pasar por todos los momentos con vosotros, muchas gracias por todo.

¿Era eso una despedida? Todos los del grupo se extrañaron al escuchar sus palabras, pero, lo que era más sorprendente fue que la caída no terminaba. Todos se miraron extrañados. Al fin cayeron o eso creían. Empezaron a mirarse y a reírse de Julio por sus sinceras palabras. A veces el miedo hace decir cosas…Adrián miraba a todas partes y dijo:

-¡Mirad quién hay ahí!

Todos miraron rápidamente y, para su alegría y desconcierto, allí se reencontraron con Abraham. Corriendo hacia a él, daban saltos a su alrededor, abrazos, risas, reencuentro.  Empezaron a hacerle preguntas del tipo: ¿dónde estabas?, ¿estabas solo?, ¿no habías muerto…? Abraham empezó a contar su historia:

– Cuando creíais que me había matado solo me cogió y me pinchó un calmante para dormirme, luego me echó en un boquete sin fondo… Y al caer me dormí. Cuando me desperté me encontré en una especie de jungla, pero con animales fantásticos. Estuve un rato entre ellos, pero al rato se fueron. Yo creo que fue por el calmante que me pinchó, pero no estoy seguro. Cuando paré de ver esos bichos raros me levanté, miré para arriba y estabais cayendo también vosotros.

Todos lo escuchaban con atención. Luego comenzó a sonar una melodía que les resultaba familiar y, sin saber cómo ni por qué, de repente todos empezaron a bailar lo mismo, era como una extraña danza. Nadie podía parar de bailar, estaban como poseídos. Iratxe trató de recordar de dónde venía. Y exclamó:

-¡Este baile es el de kurbe kurbe , del tiktok !

Algunos lo recordaban, y cada vez que alguien decía algún nombre del que hubiera hecho ese baile, aparecía en la selva donde ellos estaban .
Primero apareció Rivers, después Sietex, después Bellido…Y así sucesivamente.
Entonces Silvana pensó que, tal vez, si decía el nombre de otra persona que no hubiera hecho ese baile… y susurró:

– Levi…

Y entonces se cumplió su intuición y Levi apareció en carne y hueso. Era él. Sin duda. Se extrañó mucho al ver que seguían vivos y que Abraham había revivido. Y preguntó:

-¿Qué hago aquí?, al tiempo que se miraba las manos y se palpaba la piel como si no se acabara de reconocer a él mismo.

Todos sabían que se estaba haciendo el tonto, porque él sí conocía esa selva a la perfección. Todos empezaron a insistirle para que les dijera dónde estaba la salida Tras unos minutos pensó: “si les guío yo también podré salir, solo no me puedo ir porque me van a perseguir…”


Levi empezó la ruta con los jóvenes de 1º C y, mientras caminaban, empezó a contarle cómo acabó él en todo aquello y, lo que más le interesaba, por qué estaban ellos también allí:

-Todo empezó…




    CAPÍTULO 15: El misterio de los científicos

Por Aroha Platero Peña


Un grupo de científicos y de estudiosos sobre fenómenos extraños le hicieron unas pruebas a un grupo de niños. Quería comprobar si, como sospechaban, tenían algún tipo de don. Así que, se pusieron en marcha: batas blancas, inyecciones, toma de muestras y más y más pruebas. Sin embargo, cuando los chicos empezaron a suponer que se les trataba como simples cobayas humanas y que lo único que querían era sacar beneficios de sus poderes, comenzaron a protestar, se rebelaron. Aun así, los científicos programaron una última prueba para averiguar qué tipo de don tenían y si tenían que controlarlos de forma definitiva.

-Vosotros sois el grupo más poderoso, por eso os quieren matar a todos , dijo Levi.

Y Julio preguntó:

-¿Y esos dones qué son?

Pero antes de que le diera tiempo a contestar, Iratxe exclamó:

-¡Mirad arriba! 


Todos hicieron caso y lo que vieron los dejó en estado de shock. ¡Tres helicópteros militares! Un tipo de aspecto raro se bajó de uno de ellos cuando aterrizaron y dijo:

– Entregadme a los chicos, son muy peligrosos.

A lo que Levi contestó:

-Los peligrosos aquí sois vosotros.

Los militares sacaron unas pistolas de dardos tranquilizantes. Levi les dijo al grupo de muchachos que corrieran. Todos corrieron detrás de Cancerbero, que se dirigía hacia un bosque no muy lejano. Levi animaba a Cancerbero. El perro era listo y parecía que tenía una capacidad para intuir la situación muy superior a la humana.

-Bien hecho, Cancerbero, a los árboles no nos podrán seguir.

 Julio decía mientras jadeaba y corría:

-Está bien entrenado… (¡Cómo si lo hubiera entrenado él!). Tan chulo como siempre.

Lucia García le miró de arriba abajo:

-Julio, yo no diría eso…

Silvana añadió:

-Sí, Julio, yo que tú no me metería con él porque si quiere te arranca la cabeza de un solo bocado…

Julio se disculpó, alegó que estaba nervioso, que habían sido las peores horas de su vida y que no sabía ni lo que decía. Levi trató de poner paz y les recordó la suerte que tenían de estar juntos, de ser amigos. Silvana repetía una y otra vez que no tenía ni idea de qué estaba pasando, de cómo había empezado todo.

Aroha sonrió, bajó la cabeza y trató de explicarse:

-Yo solo le di un poco de cariño.

-Sí, claro, dijo Lucía, después de que se comiera a tu mejor amiga.

Todos se echaron a reír. Ya habían caminado como unas dos horas y media y era, en el fondo, la única forma de romper ese silencio incómodo. Levi entonces se puso seria:

-Esos tipos son los que han matado a vuestros seres queridos. ¿Reímos, lloramos, lloramos y reímos?

Algunos lloraban por la pérdida de sus seres queridos, otros querían venganza. Al llegar a una zona de más vegetación y humedad se toparon con una caseta de madera. Al entrar algunos se echaron a dormir, otros comenzaron a comer la comida que había en la caseta. Y, sorpresa, había agua caliente que parecía provenir de las rocas. Los más activos exploraron la casa: había varias habitaciones con siete camas, cuatro baños, una gran cocina, una sala de estar con chimenea, un cuarto de baño en el que encontraron un botiquín de primeros auxilios. Así que se curaron las heridas y, ellos también, se fueron a dormir. En una habitación se repartieron Helena, Iratxe, Luismi, Micaela, María José, Lucía García y Aroha.

Luismi, nervioso y asustado, casi temblando dijo:

-Chicas, ¿estáis despiertas?

Helena, María José y Lucía García se despertaron. O ya lo estaban. Lucía García contestó:

-Gracias a ti, pedazo de tonto.

Luismi se disculpó. Estaba realmente asustado. Helena trató de tranquilizarlo y le pidió que, por favor, las dejara dormir de una puñetera vez. Sin embargo, María José parecía no tener la misma opinión y, ya puestas…

-¿Y si le hacemos algo a estas dormilonas?, sugirió, señalando a Iratxe y Aroha.

Así que, por qué no, les pintaron la cara con pintura que había en algunas latas dispersas por la habitación. Levi estaba haciendo un recorrido por la cabaña y pasó justo por la única puerta de la habitación que permanecía con las luces encendidas:

-Dormíos ya, anda…

Pero al ver que reían y susurraban, les preguntó qué pasaba. María José señaló a las chicas y Leví comenzó a reírse también…

A la mañana siguiente despertaron todos y se dirigieron al salón donde Levi aguardaba de pie. Les aconsejó:

-Por ahora tendréis que coger agua del río que hay más abajo y recolectar frutas.

Silvana se quejó (de nuevo):

-¿Pero qué pasa? ¿Que vamos a comer solo frutas?

Aroha la trató de tranquilizar, señaló a Cancerbero y le explicó que el perro podía cazar y que así también podrían comer carne. A Levi le pareció una buena idea, pero antes había que ordenar y limpiar las habitaciones. Lo primero era lo primero. Levi era un fanático de la limpieza. Después de limpiar y recoger se dividieron en dos grupos. El primero fue a recoger agua, acompañado de Levi por seguridad. El segundo fue en cambio a cazar y recolectar fruta, acompañado de Cancerbero.

Pasó el tiempo y se hizo de noche. Una noche húmeda y tranquila. Parecía que todo iba bien, pero, de repente, Cancerbero empezó a gruñir. Luismi preguntó que qué le pasaba. Estaba claro que era una advertencia. El perro percibía antes que los humanos, advertía el peligro cuando nadie lo veía llegar. Lucía García contestó:

-Estará nervioso.

-Nervioso no, estamos en peligro, dijo Aroha.

Un zumbido comenzó a hacerse cada vez más intenso. Levantaron las cabezas y allí estaban: Habían vuelto los helicópteros. 

CAPÍTULO 16: Muertes y sombras

 Por Julio Portillo García


En capítulos anteriores: 
-Mira que goloso pareces un oso. ¡Y el ganador es… Booooom! 
-¡Socorro! he visto pasar una sombra al lado de mí
– En ese baño, he visto a un oso de peluche levitando. Cuidadooooo Geeeeema!
– Sí, chicos, Gema ha muerto… ¡Queremos salir! Chicos, estamos rodeados, no tenemos escapatoria
– Hagamos una ouija para comunicarnos con la sombra y saber realmente qué quiere de nosotros.
– ¡Andrea nooo! La sombra nos tiene rodeados y se ha cargado a dos de nuestras compañeras, ¿qué podemos hacer? 
 – ¿Qué os ha pasado?, hemos entrado en una especie de bucle…  ¡¡Jeeeessssuuuus no!!
 – ¡He visto a un perro de tres cabezas comiéndose a Nidal!
– Chicos, he conseguido que cancerbero sea nuestro nuevo aliado. ¿Qué?
– Jesús, Andrea, Gema, os habíamos echado de menos…  ¿Fuego, fuego…! Jajajaja nunca podréis conmigo.
 – ¡Por fin salimos del insti…! Nos dividiremos en dos grupos, nos vemos en Cruz de Humilladero. 
– ¿Dónde está todo el mundo? Son novios. ¿Qué habrá al final de este pasadizo?

– ¡Ehhhhhh! He visto He visto a dos hombres enmascaradas que vienen hacia nosotros.
– ¡Subid al jet!
– Ah, por cierto soy Levi.
– Bienvenidos a Alemania.

– ¡Abraham Cuidado!
-Si esta prueba queréis pasar a alguien tendréis que matar. Abraham, no habías muerto?
– ¡Mirad, unos helicópteros! No os daremos a un ningún niño, matasteis a sus familiares!
– ¡Kurbe Kurbe! Mira, una caseta, ¿entramos? No estamos nerviosos, estamos en peligro… ¡¡Esto es una pesadilla!!
                          
Todos miraron hacia arriba y vieron a los helicópteros volando sobre ellos. Si se fijaban bien, hasta podían observar a las personas que iban en él. Querían venganza por no haberlos dejado llevarse a los niños. ¿Qué les estaban tirando? Eran dardos, dardos con tranquilizantes. Oscar dijo:

 -¡Corred!

 Y María José replicó:

-Sí, corred… Pero ya iban tarde.

Una de esas flechas le había impactado a Abraham en su pecho. Se le clavó justo en el centro. Se desangraba entre gritos de dolor hasta que cayó desangrado. ¡Se estaba muriendo! Juanma, que era uno de sus mejores amigos, corrió hacia él para intentar socorrerlo o, al menos estar junto a él, en ese momento tan dramático. Detrás de él acudieron todos. Gran error, porque Abraham era el cebo para cazar a más incautos. La solidaridad a veces se paga con la muerte. Dos más cayeron: Lis y Germán. Los dardos tranquilizantes estaban causando demasiado daño. Eran mortíferos… Y crueles. ¿Tranquilizar para matar? ¿Por qué se les llamaba así cuando realmente eran dardos asesinos?

Al poco tiempo ya no se escuchaban los helicópteros. ¿Se había aburrido de perseguir a niños inocentes? Los supervivientes del grupo se sentaron en círculo y empezaron a charlar. Silvana dijo:

 -Pues muy buena idea esa de correr, estamos en un lugar perdido, sin comida ni bebida y encima han muerto tres de nuestros compañeros.
Todos se quedaron en silencio por un momento, hasta que se escuchó una voz. Nadie sabía de dónde venía.

-Yo os ayudaré.

Y se hizo el silencio. Todos se quedaron sorprendidos, hasta que Adrián la reconoció: era la voz de la sombra. Había vuelto. O en realidad siempre había estado ahí, junto a ellos, acechando.

-Montad en este pequeño jet y os llevaré de vuelta a vuestro lugar de origen, todo empezó siendo una broma de mal gusto, pero veo que se ha ido de las manos.

¿De las manos? Iratxe dijo:

– ¿Cómo sabemos que nos vas a ayudar y que no nos vas a matar?

Obvio. Si había que hacer una pregunta era precisamente esas. La sombra le respondió:

-Hagamos un trato, vosotros os subís y yo me quito esta manta protectora que me cubre y descubriréis quién soy.

Todos subieron al jet y, al cabo de un rato, volvieron a la pequeña cabaña a la que habían llegado hacía unas cuantas noches. Se volvieron a sentar en círculo y permanecieron en silencio hasta que Aroha preguntó:

-Venga ahora enséñanos quién eres.

Lucia le siguió:

Eso, eso… cumple con tu promesa. ¡O muérete de una vez y desaparece de nuestras vidas!

Hasta que la sombra dijo:

-Está bien, está bien, tranquilizaos pequeños humanos, pero antes quería disculparme con todos de todo corazón por todas las maldades que os hice…

La sombra siguió hablando un rato, una perorata absurda, hasta que Adri le cortó:

 -Muy bonito, pero enséñanos ya quién eres de verdad.

La sombra empezó a quitarse la manta protectora, hasta que se vio su verdadero aspecto.

Todos se quedaron alucinados y extrañamente sorprendidos al verle. – Pero tú eres, eres… ¡NO PUEDE SER!

      


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