“La calle se erige en metáfora del libro y pasear por ella es como pasar sus páginas” (José Fernández Oyarzábal, arquitecto regenerador del entorno de Pozos Dulces).
Y es que urbanismo y poesía a veces se entrecruzan y se sonríen: los versos sueltos también hacen ciudad. Descubrirlos en sus paredes es encontrarse con nosotros mismos, lo que somos, lo que fuimos, lo que un día seremos si existe la inmortalidad. Los barrios tienen alma y en el sinuoso entramado medieval de Pozos Dulces (Arco de la Cabeza, Andrés Pérez, Plaza del Pericón…) habita la esencia árabe y cristiana de la ciudad. No todo está perdido.
Los alumnos de 1º Bach. Ciencias del Romero Esteo los leen, los respiran, los saborean y a través de ellos contactan con generaciones anteriores. Las paredes hablan, las paredes sienten, las paredes exudan los latidos de quienes las recorrieron.
Una clase es también alejarse del espacio (de)limitado y controlado del aula y adentrarse como propuesta pedagógica y poética en el corazón de Málaga al estilo de las derivas literarias de principios del siglo XX. Una lección puede ser además tirar de un verso y adentrarse en un laberinto de callejones sin saber qué hay al otro lado. A cambio su profesor les refiere historias antiguas que sucedieron en ese mismo lugar. Quid pro quo. Iglesias construidas sobre el sufrimiento de los apestados, almas oscuras, trozos de muralla árabe en el salón comedor, el rastro del Putero Mayor del Reino, pinturas-mapas, turistas despistados, yonkis, especulación, el Bar Diamante, grabados en piedra entre versos de Kavafis y Aleixandre… Si tomáramos un bolígrafo y tuviéramos que escribir en un papel quiénes somos nos bastaría con mirar hacia una pared y escoger un verso. Uno solo.