Rosa Herrera Villegas y Miguel Chiedu Umunna ganadores del I Concurso de Microrrelatos de Terror

Rosa Herrera Villegas (2º Bach. Ciencias) y Miguel Chiedu Umunna Okonkwo (1º ESO A) han resultado ganadores del I Concurso de de Microrrelatos de Terror organizado en nuestro centro con motivo de Halloween.

Han participado masivamente alumnas y alumnos de casi todos los grupos y niveles que integran nuestro centro. Ha sido una actividad organizada por el DACE en colaboración con el Dpto. de Lengua y Literatura y la Biblioteca.

En primer lugar los profesores de Lengua de cada curso (Isabel Muriel, Esther Fernández, Paqui Sánchez, Vicky Grund, Emilio Lobato y Alfonso Valencia) realizaron una selección de los mejores relatos de terror escritos por su alumnado en las semanas previas a la celebración de Halloween. De entre ellos salieron las obras finalistas .

Y durante la mañana del 31 de octubre cada alumno leyó su relato en la Biblioteca de nuestro centro. A continuación se hizo público el falló del jurado compuesto por Emilio Lobato Montes y Alfonso Valencia Pérez y se realizó la entrega de premios, que consistió en diplomas y libros de la temática objeto del premio.

Esperamos que este certamen sirva de impulso a la creatividad de nuestro alumnado y que, sobre todo, siga disfrutando del placer de leer y de escribir.

Premios

Primer Premio Categoría A:

«Bosque de terror» de Miguel Chiedu Umunna Okonkwo

Segundo Premio Categoría A:
«¿Seguro?» de Ludwig León Fiorilo Lafuente.
Tercer Premio Categoría A:
«La muñeca de la lluvia» de Ana López Bueno
Primer Premio Categoría B
«Un abismo sin retorno» de Rosa Herrera Villegas
Segundo Premio Categoría B
«El mundo que calla y no permite ver» de Nour Soussi Ferrouj
Segundo Premio Categoría B
«Soledad en la noche» de Ana Carmona Pérez
Tercer Premio Categoría B
«La soledad» de María José Villalba Corvalán

RELATOS GANADORES

UN ABISMO SIN RETORNO

Por Rosa Herrera Villegas (2º BACH Ciencias)

 

Era una gélida noche de enero. El frío de la cruda brisa londinense cortaba como cuchillas. Yo me encontraba en el interior del oscuro museo Tate Britain cuando ,al entrar a una de sus salas, un soplo de aire estremecedor recorrió mi nuca.

Al girarme, la vi a ella. Allí estaba el cuadro de Ofelia, aquella obra que tantas veces me imaginé observando, al fin frente a mis ojos. Ofelia estaba sumergiéndose lentamente en las aguas oscuras de un arroyo, debido al enorme peso de las decenas de flores que llevaba en su vestido, pues la arrastraban hacia las profundidades. Yo también estaba allí, impotente, mirándola con fascinación y temor; aunque confundida por su expresión serena, dada la tragedia que se avecinaba.

Pero cuanto más la miraba, más se hundía; y de alguna forma, cuanto más me miraba, más me hundía yo.

Pronto la entendí. Al igual que ella, yo también me estaba ahogando sin darme cuenta; yo también dejé que el agua me arrastrase; yo también dejé que esa sensación de calma misteriosa se apoderase de mí.

Mientras descendíamos juntas en un vacío asfixiante, borroso y profundo encontré consuelo en la certeza de que estábamos precipitándonos hacia un mismo destino, un abismo sin retorno, donde la oscuridad nos esperaba a ambas.

BOSQUE DE TERROR

Por Miguel Chiedu Umunna (1º ESO A)

 

La luna se asomaba tímida tras las nubes, pintando el bosque de plata. Entre los árboles un susurro helado susurraba secretos olvidados. Isabel, perdida en la oscuridad sentía el aliento del miedo en su nuca.

De repente, una figura sombría emergió de la penumbra. Sus ojos eran dos ascuas que la miraban con hambre. Intentó huir pero sus piernas se negaron. Un grito atrapado en su garganta la delató. La figura se acercó lentamente, revelando su rostro cadavérico:

«Qué quieres?», balbuceó Isabel.

La criatura sonrió, desvelando una hilera de dientes afilados.

«Tu miedo, querida», susurró con voz ronca. «Es mi alimento y mi condena». Un escalofrío recorrió la espalda de Isabel.

La criatura extendió una mano marchita hacia ella. Apenas la rozó, el tiempo se detuvo y el frío la envolvió. Entonces Isabel comprendió que no había escapatoria.

Desde entonces su risa hizo eco en el bosque, atrayendo a los incautos que osan adentrarse en la noche plateada brillante.

 

 

 

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