La realidad y el deseo, de Luis Cernuda. Curso 2024-25

El alumnado de 2º Bach. del I.E.S. Miguel Romero Esteo (Málaga) recita algunos poemas seleccionados de «La realidad y el deseo», antología poética del autor sevillano Luis Cernuda. Con voces y sensibilidades distintas cada uno explora la belleza poética que se abre paso en la experiencia vital del poeta y del lector.

La Realidad y el Deseo (1924-1962) es el título de la poesía completa reunida y escrita por Luis Cernuda, con esas mayúsculas en sus últimas ediciones. En abril de 1936 se publicó en España la primera edición, que aunaba seis obras suyas: Perfil del aire (que figuraba con el título Primeras poesías (1924-1927)), Égloga, elegía, oda, Un río, un amor, Los placeres prohibidos, Donde habite el olvido e Invocaciones a las gracias del mundo.

Cernuda compila su poesía de la experiencia en varias fases en las que chocan dos fuerzas opuestas: un deseo liberador, sin fin, que conduce siempre a nuevas metas desconocidas, y una realidad coercitiva, amarga y ruin. El poeta solo puede consolarse con el canto de los hímnicos acordes y de las elegías. La poesía de juventud (1924-1935) consta de los libros «Primeras poesías» (Perfil del aire, 1924), de sesgo guilleniano, en forma de décimas, y Égloga, elegía y oda (1926-1927), bajo la impronta de Garcilaso de la Vega, con su poema «El joven marino». La lectura de André Gide y de poetas franceses como Pierre Reverdy, como señala en su autobiográfico «Historial de un libro», donde cuenta cómo surgió La Realidad y el Deseo, le influye poderosamente. La etapa surrealista siguiente contiene Un río, un amor (1929) y Los placeres prohibidos (1931); en ellos el poeta asume francamente su homosexualidad y se libera de su represión. Su amor de entonces era Serafín Fernández Ferro.

La época neorromántica y becqueriana consta de Donde habite el olvido (1932 y 1933) e Invocaciones (1934-1935), que contiene su famoso «Soliloquio del farero». Su plenitud poética se muestra a partir de la Guerra Civil y en el exilio a Inglaterra, en sus libros Las nubes (1937-1940) y Como quien espera el alba (1941-1944); asimila la poesía inglesa de los metafísicos del XVII, y la más moderna de William Blake, Yeats y T. S. Eliot; también asimila la poesía germánica de Hölderlin, al que traduce, y otros poetas. La etapa estadounidense se refleja en Vivir sin estar viviendo (1944-1949), Con las horas contadas (1950-1956) y Desolación de la quimera (1956-1962), donde asoman nuevas formas como el monólogo dramático y la poética del culturalismo, que tanto se dejarán ver en los Novísimos; su último amor, mexicano, se refleja en los «Poemas para un cuerpo»; hay también un ciclo de senectute y una pronunciada amargura contra España, «donde todo nace muerto, vive muerto y muere muerto», así como ajustes de cuentas con algunas figuras como Juan Ramón Jiménez o Dámaso Alonso, pero también con nostalgia y afecto por el grupo Cántico de jóvenes poetas que lo reivindica en Córdoba.

 

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